Sobre la autopista México - La Pera - Cuautla, se toma la salida al sur rumbo al poblado de ese nombre y después de un kilómetro está la desviación hacia la izquierda (oriente) que conduce directamente a la puerta principal de este ingenio. Se puede Ilegar también por la carretera que parte de Yautepec al norte.

El origen de las tierras de lo que sería el formidable ingenio de Oacalco se remontan principios del siglo XVII, pues encontramos en 1637 un acordado al Hospital de San Hipólito en razón del agua que solicitaba del río Oaxtepec para el riego de sus cañas en las cercanías del pueblo de Santa Inés Oacalco, jurisdicción de Yautepec".

El siguiente propietario de lo que era ya rancho de Oacalco fue don Cristóbal García de la Calzada, quien tuvo pleitos contra los pueblos vecinos por el eterno problema de la posesión de la tierra, mas no se menciona todavía ningún trapiche.

Es hasta que don Pedro Carvajal Machado, dueño también del vecino Pantitlán, en 1725 invierte 28,000 pesos en los dos primeros años de molienda, que tenemos certeza de la existencia de esta planta beneficiadora de la gramínea. En los siguientes años hubo una sociedad con don Lorenzo Antonio de Mier para la elaboración de azúcar en Oacalco y para 1729 se menciona ya como propietario a este último, y dentro del inventario figuran 14 reos que se les habían vendido como esclavos. El trapiche era movido por machos de tiro.

En 1777 pasó a manos de Agustín de Aristi, quien tuvo varios pleitos por tierras y por las aguas del cercano manantial de Michatenango, en el que también intervino el marqués del Valle contra Francisco de Urueta, dueño de Pantitlán.

En 1789 Oacalco estaba arrendado, como agregado de Pantitlán, a Cayetano Ortega, quien le dio gran impulso. Para estas épocas se tenía ya rueda hidráulica en Oacalco y se había construido un acueducto de dos kilómetros. Administraba la hacienda don Luis Francisco de Esparza y fue él quien introdujo el cultivo del añil, al cual iban a dedicar en los siguientes años grandes extensiones de terreno.

Debido a la inestabilidad que sufrió el país a raíz de la Guerra de Independencia y aun durante muchos años después, en 1849 se autorizó, por el Congreso del Estado de México, al que pertenecía todavía el territorio de lo que sería a partir de 1869 el Estado de Morelos, una fuerza de rurales para la protección de las haciendas.

Esta fuerza era controlada localmente por los propios hacendados y así tenemos que en este año el jefe de la brigada rural de Oacalco era Domingo Montañez.

Para 1851, Oacalco era un ingenio de regular tamaño, pues estaba catalogado dentro de la tercera clase fiscal, pagaba una contribución de 150 pesos mensuales, de acuerdo con su producción, como vemos en los decretos de mayo de ese año.

En el primer año de vida del estado de Morelos y durante el gobierno del general Francisco Leyva, primero constitucional después del provisional de Pedro Baranda, el ingenio de Oacalco reportaba una producción de 43,000 arrobas (494.5 toneladas) de miel y 32,000 arrobas (368 de azúcar). En 1870 su valor fiscal era de 140,000 pesos y dos años después se incrementó, pues nuestra hacienda absorbió las tierras de la contigua de Michate, cuyos edificios se utilizaron únicamente como bodegas de campo, cayendo en total abandono y ruina.

En 1889, aparece como propietario de la hacienda don José María Morelos Flores, el administrador era don Guadalupe Córdoba.

A esta propiedad se le llamaba Quinta de Quita Pesares" y quizá por esa razón, y desde luego el benigno clima de la región, el eminente médico don Manuel Carmona y Valle le recomendó a su paciente, el arzobispo de México, don Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos que pasara una temporada en esta hacienda con el fin de recuperar su salud. Cosa que por lo visto no sucedió, pues como podemos leer en una placa alusiva en un muro de la capilla, tan ilustre personaje falleció en esta casa el 4 de febrero de 1891, posteriormente su cadáver fue trasladado a la ciudad de México para ser sepultado.

Hacia finales de siglo esta hacienda no se quedó atrás en cuanto a los avances de la tecnología azucarera y había cambiado ya algo de su maquinaria, incorporando la técnica a base de vapor, sin abandonar por completo los tradicionales procesos de "fuego directo", logrando en 1898 una producción de 920 toneladas de miel y 495 de azúcar. Para esta época su propietario era don Francisco A. Vélez, hijo (emparentado con los Goríbar que fueron dueños de Cocoyoc y Casasano), quien la había comprado el 20 de septiembre de 1895.

Fue durante esta administración que Oacalco culminó su transformación logrando elevar su producción de tal forma que para la zafra 1908-1909 logra más de 600 toneladas de miel y más de 1,600 de azúcar con un precio de mercado de alrededor de 300,000 pesos, lo que conduce aun avalúo fiscal de 600,000 pesos. En ese entonces su población se estimó en 571 personas, de las cuales 280 eran hombres y 291 mujeres.

En 1912, oficiales federales detuvieron a los administradores de la hacienda acusados de suministrar municiones a los rebeldes. Quizá ésta es la razón por la cual don Felipe Ruiz de Velasco nos dice que Oacalco es la única hacienda en Morelos que siguió trabajando a pesar del conflicto, aunque con producciones ínfimas o nulas, pues no había caña qué moler ya que los campos eran continuamente incendiados.

Después de la Revolución se repartieron las tierras de esta hacienda (incluyendo las de Michate), que había sido adquirida por la Caja de Préstamos para Obras de Irrigación y Fomento de la Agricultura, S. A., en remate administrativo, el 30 de diciembre de 1922 y sus 3,719 hectáreas dotaron a los ejidos de Itzamatitlán, Ignacio Bastida, Oacalco, Tlayacapan y Tepoztlán, quedándole al ingenio 411 hectáreas.

El 25 de septiembre de 1928 la vende la Caja de Préstamos (en liquidación) a varios tenedores de "Bonos Terrazas", representados por Jorge Muñoz y Enrique Creel, por sí y como apoderado de sus hijos Adela Creel de Cortázar, Emilia Creel de Terrazas y Luis R. Creel, Enrique Creel Terrazas y Eduardo J. Creel.

Posteriormente adquiere la propiedad don Aarón Sáenz Garza, que en 1944 funcionaba como "ingenio de importancia en el Estado", para unirlo a su ya poderoso grupo donde figuraban otros de la talla de El Mante, Tamazula y Los Mochis. Durante todo este tiempo las instalaciones de la fábrica se van modernizando, construyendo nuevos edificios y alterando algunos de los existentes para dar alojamiento a la maquinaria moderna que era necesaria para competir con las producciones requeridas al paso de los años.

Así vemos que para 1965 la producción de azúcar fue de 22,060 toneladas y para 1974 se alcanzó la cifra de casi 25,000 toneladas.

Además se había instalado ya una fábrica de alcohol y fue en estas instalaciones donde se elaboró en una época el "Ron Rico", aquel que se anunciaba como "añejado en las faldas de los volcanes".

A pesar de que esta empresa producía dividendos, los endeudamientos del grupo y algunas otras razones orillaron a que, a finales de los años setenta, pasara a manos del gobierno federal, que la siguió operando algún tiempo, pero hace unos años cerró y ha estado casi abandonada desde entonces.

Respecto a las construcciones del casco, permanecen todavía en buen estado la barda perimetral con sus arcos de acceso, puerta principal, que tuvo una magnífica reja de hierro con un antepecho a manera de cola de pavo real y la puerta de campo, restos del acueducto y dos salones que quizá fueron bodegas, dos altísimos chacuacos; el resto de la fábrica ha sido totalmente alterado mediante construcciones industriales adaptadas, desafortunadamente, sin ningún cuidado armónico o estético.

Sin embargo, y para nuestra fortuna, la majestuosa "casa grande" no sólo permanece en pie, sino que en un estupendo estado y relativamente poco modificada. Es de purísimo estilo neoclásico, tanto que se ha llegado a pensar que pudo haber sido proyecto del afamado Manuel Tolsá o de alguno de sus discípulos de la Academia. La casa tiene planta rectangular con un patio central y una elegante escalera que comunica las dos plantas de que consta. La planta baja se utilizó como bodegas, oficinas y en la esquina noreste estuvo la pagaduría y quizá anteriormente la tienda de raya. En el piso superior se encontraban las habitaciones, con tal amplitud que no es de dudar que pudiera albergar fácilmente al administrador y su familia, quedando suficiente espacio para alojar al propietario en sus visitas.

En la planta alta vemos también la capilla, que de manera curiosa y a diferenciare todas las demás haciendas sólo tenía acceso por la casa, de tal suerte que ésta sí era verdaderamente una capilla doméstica con acceso muy controlado, pero a pesar de eso, de grandes dimensiones, con sus altares, pulpito y coro. Su cúpula es una bóveda hemisférica apoyada sobre un tambor con ventanas y pares de columnillas y "ojos de buey" alternados en todo su perímetro, toda ella rematada por una bien proporcionada linternilla. Limitan los extremos de la capilla, en su azotea, dos graciosas espadañas. Se notan trabajos de reestructuración recientes con concreto armado, que aunque no muy apegados a las técnicas internacionales de restauración, han ayudado a prevenir el derrumbe de esta joya arquitectónica.

La fachada que da hacia el norte es la principal y por su elegancia y sobriedad, nos muestra un pórtico de acceso formado por cinco arcos de cinco centros apoyados en columnas rectangulares y medias muestras adosadas al fuste. Todo el primer cuerpo presenta un almohadillado, ya sea de recinto o formado en argamasa. En la parte superior se repiten los arcos, aunque ahora son rebajados y sin almohadillado, creando una sombreada y hermosa terraza que debe haber brindado fresco solaz a sus moradores.

En un tercer cuerpo se aprecia, como adorno principal, la estructura del reloj, ornamentado con relieves de argamasa en forma de voluta en su base, columnillas con fustes estriados terminados con capiteles jónicos. Remata el conjunto un frontispicio ligeramente curvado decorado con elementos vegetales y un escudo de armas, todo este conjunto proporciona una simétrica belleza monumental al edificio.

Las fachadas laterales, aunque con menor decoración, continúan la unidad del inmueble que en la parte sur muestra otra bellísima fachada similar a la principal con la peculiaridad de que el arco central está enmarcado por dos pares de columnas. Aquí existió una hermosísima reja de hierro forjado que controlaba el paso a la extensa huerta en la parte posterior, con sus palmas reales, árboles frutales y un elegante quiosco central, un par de fuentes circulares con juegos de agua y en un ángulo de este paradisíaco jardín había un juego de bolos.